No era la primera vez que tenía que llamarles la atención por estar más atentos al celular que a mi clase. Pero mis alumnos seguían haciendo caso omiso a mi pedido. Por fin, el recreo, a la sala de profesores a tomar un cafecito y continuar la charla acerca de nuestros problemas con los alumnos, los consejos de los más expertos, el aliento de los más jóvenes hasta la trillada frase “No sé qué hacer con mis alumnos y sus celulares”. El tono con el que se expresaba la frase realmente contagiaba la angustia, la impotencia, la desolación, la desesperación, el enojo y la irritación. Entonces uno volvía al aula con todos esos sentimientos encontrados.
Obviamente esto no podía continuar así. Entonces reflexioné, absorta mientras ellos continuaban completando sus tareas y de tanto en tanto, pispiando sus celulares: “Yo también chismeo mi celular de vez en cuando y eso no hace que me distraiga del todo de mis tareas. Mientras estudio en la compu también agarro el celular y mando mensajes, miro los correos electrónicos nuevos que entran, saco fotos, en fin, mi comportamiento es muy similar al de mis alumnos.” Salgo del aula, para ir a hacerle una consulta a la preceptora y mientras caminaba por el pasillo y observaba a los docentes en otras aulas, me percato de que la profe de ciencias estaba con su celu, no me vió. Otra aula, el profe de matemáticas me ve, me saluda y vuelve su vista al celu. “¿Pero estamos todos locos?" Alumnos y profesores nos comportamos de igual manera.
Definitivamente, la guerra estaba declarada y el celular llevaba varias batallas ganadas. Entonces estaba decidida: si no puedes con el enemigo, únete a él.
Armé mi plan de batalla:
- organicé y preparé mis municiones,
- diseñé mis estrategias
- y así comenzó la batalla final.
Frente al pelotón anuncié mi plan:
“Celulares permitidos sólo si han terminado la tarea, consultado con la profesora sobre si el ejercicio está bien o no. Mientras la profesora explica o corrige, celulares prohibidos. Para ciertas tareas, los celulares estarán permitidos y trabajaremos de manera colaborativa.”
Sorprendente, no necesité repetir las instrucciones. Fueron comprendidas inmediatamente. Entonces comencé a amigarme con el enemigo y a vislumbrar la posibilidad de hacer uso del mismo para lograr motivar al pelotón y así incentivar al uso educativo de este pequeño pero invasivo dispositivo.
Era mi primer acercamiento al enemigo y le ordené al pelotón: “Usen sus celulares para averiguar sobre animales en peligro de extensión en sitios donde la información esté en inglés. Consulten posibles traducciones con el traductor del buscador o algún diccionario bilingüe online. Envíenme por Whatsapp la información sobre ese animal. Dividan las tareas en el grupo, trabajen de manera colaborativa para lograr enviar la información que les pido. Una vez verificada la información por mí, la podrán compartir con el resto."
Resultado: OK. Bajas: ninguna. Objetivo: cumplido.